Hace tan solo unos días, el jornalero Eleazar Blandón fue abandonado en un centro de salud tras sufrir horas antes un golpe de calor que le hizo perder la consciencia mientras trabajaba. Fue allí dónde falleció. Su caso ha alcanzado un mínimo eco mediático que evidencia lo que nuestros ojos presencian por décadas en diferentes partes del Estado español (Lleida, Murcia, Almeria, Huelva, etc.) y especialmente contra personas migradas: la nueva esclavitud y la vieja miseria.
Pero, ¿es algo que nos queda tan lejos o es algo que vivimos en nuestro campo aquí en Ciudad Real?
Son
 sabidas las crudas condiciones laborales del trabajo como jornalero por
 su eventualidad, exposición climática y exigencia física, a las que se 
añaden aquellas que dependen de los empleadores: salarios ínfimos que 
pueden llegar a 30€ por 10 horas, a los que restar en muchas ocasiones 
costes abusivos de transporte, comida y un precario alojamiento (si es 
que no deben refugiarse en chabolas o vivir en la calle); contratos de 
una precariedad extrema; altas en la seguridad social de la mitad de las
 horas realizadas; horas extra no pagadas como tales o incluso no 
remuneradas; trabajo a destajo con ritmos marcados por la maquinaria y 
no por la capacidad física, la cual se lleva al límite; salarios 
retrasados, rebajados o negados; una continua amenaza al despido; 
negación de derechos básicos como la asistencia sanitaria ante 
accidentes; ausencia de medios de protección; a lo que añadir la doble 
violencia sufrida por ser mujeres, con la posibilidad del abuso sexual 
como arma de poder contra ellas.
La mayoría de los temporeros son
 personas migradas cuya desesperación económica y legal, tanto propia 
como de sus familias, les empuja a aceptar estas deplorables 
condiciones. Por ello, su situación legal se vuelve un extra de 
dependencia y vulnerabilidad laboral del que sus jefes saben cómo sacar 
provecho. Si el campesinado ha sido exprimido, despreciado y 
minusvalorado históricamente, más aún ahora que se suma un racismo y 
xenofobia impune, tan presente en nuestra sociedad.
Las tan 
precarias condiciones de vida que se desprenden de este contexto laboral
 hacen que su salud se vea tremendamente expuesta. Al encontrarnos 
atravesando una pandemia, su enorme dependencia económica, la 
explotación sufrida, la imposibilidad de respetar las medidas de 
seguridad y la dificultad de acceso al agua y otros recursos básicos les
 expone muchísimo más a contagiarse (además de sufrir otras enfermedades
 o lesiones), siendo socialmente estigmatizados y señalados como 
propagadores y asignándoles una injusta responsabilidad de propagación 
del virus ante una salud publica que les excluye e invisibiliza.
Por otra parte, las principales asociaciones del sector agrícola, 
compuesta generalmente por los propietarios y por ello empleadores, 
tratan de negar esta realidad, indignándose por un incremento de 
inspecciones laborales en lugar de indignarse por la pérdida de la 
soberanía alimentaria, la dependencia del mercado internacional, el 
excesivo poder de las grandes plataformas alimenticias del país, las 
enormes diferencias de precios entre el producto inicial y de mercado y,
 sobre todo, ante las condiciones a las que otros colegas exponen a los 
trabajadores que emplean. Hacen de su problema el de otros, 
aprovechándose aún más de los más vulnerables: canibalismo gremial.
El
 gobierno, además, obvia una posible regularización de las personas en 
situación administrativa irregular, haciéndoles aún más indefensos ante 
posibles abusos patronales, por el miedo a las posibles consecuencias 
legales que les puede acarrear cualquier tipo de denuncia de abusos 
laborales. Las únicas medidas para fomentar el trabajo en el campo han 
consistido en ampliar el derecho a trabajar de personas extranjeras y en
 que la cotización no implicase la anulación de ciertas prestaciones 
económicas, pero no en mejorar sus condiciones o luchar contra la 
impunidad de los explotadores. Pero ya sabemos que no se deben pedir 
peras al olmo.
¿Qué nos hace pensar que todas estas 
circunstancias, que describen el panorama nacional agrícola, no se dan 
en una provincia como Ciudad Real, caracterizada por ser la agricultura 
su principal actividad económica? Localidades como Tomelloso, Bolaños o 
Socuéllamos son conocidas por sus grandes extensiones de campo y la 
necesidad de una numerosa mano de obra para recoger sus cosechas. El 
negar que aquí se están vulnerando los derechos de los trabajadores al 
igual que en el resto del país es muestra de una ignorancia voluntaria 
que pretende mirar a otro lado para evitar la responsabilidad social con
 quienes se están dejando la piel para que podamos tener algo que 
llevarnos a la boca.
Por todo ello, desde CNT Ciudad Real denunciamos las condiciones laborales deplorables y la vulneración de derechos humanos, la complicidad de gobierno y asociaciones de agricultores y la criminalización de ciertos medios y sectores políticos y sociales.

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